El ajo pertenece a la familia de las Liliáceas, que abarca unas 3.500 especies de plantas herbáceas y árboles. El género Allium, al que pertenecen hortalizas tan conocidas como los ajos, las cebollas, las cebolletas, el cebollino y el puerro, es el más importante de esta familia. Muchas de sus especies formas bulbos o engrosamientos subterráneos del tallo y todas ellas son ricas en aceites esenciales sulfurados muy volátiles y picantes.
Las propiedades saludables del ajo como condimento y medicamento ya eran bien conocidas por los antiguos egipcios, hebreos, griegos y romanos. En la actualidad, su uso terapéutico ha quedado relegado a favor de su uso como condimento. Según los historiadores, el ajo procede de los países del centro de Asia -en concreto del Allium longicuspic, una variedad de ajo endémica de Asia central-, desde donde se propagó al área mediterránea y, de ahí, al resto del mundo. Hay evidencias de que el ajo ya se consumía en Egipto hace 5.000 años. Los comerciantes europeos facilitaron la distribución de modo que el ajo se convirtió en un vegetal básico en todo el mundo para condimentar muchos alimentos. La introducción del ajo en América se produjo con la llegada de los españoles.
En los países del bajo Mediterráneo se le conocía por el nombre latino de «alium», palabra de origen céltico que significa ardiente. Este término derivó en la denominación actual en la mayoría de las lenguas latinas. En la Edad Media, el ajo es elogiado como remedio eficaz de numerosas enfermedades.
La planta de ajo silvestre crece en las regiones de Europa meridional y es en esa zona donde se cultivan los ajos por su importancia comercial, sobre todo España, Francia e Italia. En la actualidad, España ostenta el primer puesto europeo y el cuarto a nivel mundial en la producción de ajos. Una buena parte de la producción española se dedica a la exportación.
Fuente: http://verduras.consumer.es/documentos/hortalizas/ajo/intro.php
INGREDIENTES:
– para 4 personas
– 1 pollo a trocitos pequeños (a ser posible, sin hueso)
– Tres cabezas de ajo
– 2 tomates (mejor de ramillete)
– Abundante perejil picado
– 1 guindilla
– 100 ml. de vino blanco
– 1 kilo de patatas
– Aceite de oliva
– Sal
– Pimienta negra
ELABORACIÓN:
Pelamos los ajos y los cortamos en láminas. Reservamos
Picamos el perejil. Reservamos
Pelamos y trituramos los tomates. Reservamos.
En una cazuela de barro ponemos aceite y cuando está caliente incorporamos el pollo, que previamente hemos salpimentado, y la guindilla. Rehogamos hasta que esté bien doradito.
Seguidamente añadimos los ajos y sofreímos a fuego suave para evitar que los ajos cojan demasiado color. Después añadimos el tomate. Iremos removiendo unos minutos e incorporaremos el vino blanco y el perejil picado. Esperamos a que el vino reduzca y apagamos el fuego.
Ahora pelamos las patatas y las cortamos a cuadrados. Las freímos en abundante aceite, a fuego suave porque nos interesa que queden flojas. Una vez listas las sacamos y las ponemos sobre papel absorbente para eliminar el exceso de aceite. Las reservaremos hasta el momento de comer que las incorporaremos a la cazuela del pollo.
Mezclaremos las patatas y el pollo y listo para ser degustado.
El vino elegido para la ocasión ha sido un “ENATE” Reserva 2001 de la denominación de origen Somontano. Elaborado con un 100% de cabernet sauvignon. Tras la fermentación el vino es criado en barricas de roble francés de 225 litros durante un año y 24 meses en botella. Embotellado en Salas Bajas (Huesca) por Viñedos y Crianzas del Alto Aragón S.A. Excelente.
Bon profit!
Muy bueno y muy fácil de hacer y sobre todo, rápido. Hay que animarse y hacerlo.